viernes, 8 de agosto de 2014


Haiku VIII

Hibizcos en flor,
Rosas Chinas, verano.
Crisol de color.

Cho Hoshi (1947...) 
蝶  星



Haiku  VII

Lilas tornasol,
flotan sobre el agua
azul del lago.


Cho Hoshi (1947...)
  





Haiku  V

El viento abate
las plumas de la garza
en abanico.

Cho Hoshi (1947...)
  




Haiku  VI

Hoja de otoño
navegando en el agua
flota en silencio


Cho Hoshi (1947...)
  


Haiku V

Cangrejo rojo
camina en arena,
rumbo a la mar.


Cho Hoshi (1947...)
 





Haiku IV

Verdes los árboles
protejen el vuelo azul,
pájaros planean.


Cho Hoshi (1947...)
 




Haiku III

Fiesta de naranjas,
aletean mariposas,
reflejo del agua.

Cho Hoshi   (1947...)
 






Haiku II

Flores de durazno,
rocío de gotas rosa
terciopelo al sol


Cho Hoshi  (1947...)
 







Haiku I

Caballos que flotan
amanece en el cielo
es la Primavera

Cho Hoshi  (1947...)
 






miércoles, 25 de junio de 2014

La voz dormida


Estoy sentada aguardando,
recostada a la guitarra,
que tiene su voz dormida,
que está la mía callada.
Y mis dedos no recorren
sus cuerdas buscando el eco,
de mi tristeza dormida,
de mis gritos apagados,
de mi amor buscando
el tuyo, desde aquí….
por ti aguardando,
traduciendome en palabras,
escritas, garabateadas.
Naciendo de allí, mi voz,
mi querer desesperado,
la mueca de mi sonrisa,
al estar por ti aguardando,
callando mi sentir nuevo,
esperando tu reencuentro.
Sentada estoy, recostada
al respaldo de la cama,
ya no buscarán mis dedos
el sentir de mi guitarra,
ya no sentiré tu voz
quebrarse en una tonada,
pronto entregaré mi cabeza
al sueño sobre mi almohada,
aguardando despacito
tu llamado en la mañana…



Norma García Coirolo
Montevideo- Uruguay


Copyright © Todos los derechos reservados

martes, 8 de abril de 2014

Amigos pueden ver en las páginas 9, 27 y 30 del libro Electrónico, publicaciones de poemas de mi autoria.

http://issuu.com/entrevueloyversos/docs/e-book_febrero

viernes, 4 de abril de 2014

Bodegón 
Lápiz sobre papel




John Warners


Lo rodeaba un halo de misterio, nadie conocía su verdadero origen, de dónde venía, quién era su familia, aunque él sabía que el carácter heredado era como una huella indeleble, que con el pasar de los años sólo fue creciendo y acentuándose, modelándolo, donde las virtudes alternaban con tentaciones humanas, que lo llevarían al borde de la depravación.
En su mente acalorada y febril crecían los recuerdos, que desmenuzaba como si se tratase de otra persona.
John Warners, que así se llamaba, descendía de una rancia familia, dónde las pasiones humanas habían señalado a varios de sus integrantes, convirtiéndolos en débiles de carácter y de espíritu y con enfermedades heredadas, que lo habían predispuesto para la desdicha, desde su lejana infancia, dónde fuera un niño caprichoso, dueño total de sus actos.
El caserón de la familia, rodeado por un jardín con arbustos y jazmines al frente y otro al fondo, con una pérgola de glicinas blancas y azules, perfumaban el aire con miles de fragancias. Más allá cruzando la reja y el portón, el huerto con los árboles cubiertos de frutos de varias especies y los canteros bordeados de cuidados caminos, llevaban a la tranquilidad, la paz y la fantasía.
La iglesia cercana recordaba las horas con el tañer de las campanas, creando un ambiente bucólico al caer el atardecer.
Su infancia en aquella casa de dos plantas, con una escalera de madera al frente, cuyos escalones a veces chirriaban, que llevaba a la planta alta y a las cuatro alcobas, espaciosas con muebles antiguos, con grandes ventanales a la calle o a la entrada lateral de la casa, cubierta de grava dura y el salón de estar o del té, con su terraza hacia el jardín de las glicinas.
La parte que corresponde al servicio, partiendo de la cocina, por una escalera angosta que lleva al entrepiso, conduce a las habitaciones de servicio, y luego a la planta lata, por el interior de la parte de atrás de la casa, desembocando casi en el escritorio, una estancia llena de bibliotecas, con muebles oscuros y antiguos que le daban un aspecto lúgubre, y al pasillo que llevaba al salón de estar.
Contaba también con un pequeño ascensor, que llevaba desde la planta baja, al otro lado del Salón comedor, al pasillo superior junto al escritorio. Ésta zona en la noche, era la cuna de fantasías de la fértil imaginación de nuestro protagonista.
El Salón principal, dónde se encontraba el piano de cola, tesoro incalculable, de una fábrica alemana, confeccionado en madera negra, con un mantón de manila que lo cubría, se abría al comedor cuyos aparadores oscuros decorados con figuras de gárgolas, algunas parecían diablos, al igual que las patas torneadas de la enorme mesa central, envolvía a los habitantes de la casa en una sombría y solemne atmósfera ritual, que solo se quebraba con el ir y venir de la servidumbre y el rozar de los cristales y los platos. Todo era solemne y silencioso.
La puerta de entrada a la casa, era de hierro trabajado y vidrio, y se abría en muy contadas ocasiones, siempre se entraba por la parte de atrás, dónde estaba la cocina.
Las paredes eran gruesas cubiertas de hiedra inglesa, con pequeños balcones de hierro, pegados a las puertas de las ventanas de la casa. Las habitaciones laterales daban a la entrada por dónde entraban los coches, hasta el garaje que se encontraba entre el jardín del fondo y el huerto.
Era una casa llena de recovecos y lugares secretos, terreno fértil para la imaginación infantil y exacerbada de John.
Su larga estancia en un colegio religioso, cuyo edificio antiguo de enormes salones con pupitres de madera, largos y silenciosos corredores, con pequeñas celdas de los sacerdotes, habían marcado su carácter. Era silencioso, casi hostil, irónico y distante, pocas veces sonreía, pero su carcajada era fuerte y misteriosa, parecía venir del fondo de su estilizado cuerpo, alto y delgado.
El lugar era triste, monótono y aterrorizante, con lo que su fantasioso cerebro infantil obtenía franca excitación y diversión, que se fue quedando en su memoria de forma vívida, hasta su edad madura.
Se destacaba entre sus condiscípulos, pero su rebeldía lo convertía en arbitrario y despótico, lo que lo ponía en un plano superior al de sus compañeros. Mantenía una lucha permanente para no ser superado por ellos, pero estos no parecían reconocérselo. Su ambición apasionada, lo alentaba a la rivalidad permanente, la contradicción lo asombraba y mortificaba.
Los diferentes aspectos de su temperamento, el orgullo y la dignidad no siempre congeniaban, a veces el odio y el respeto, se confundían de una forma inquietante, que dejaba a la luz una decidida habilidad interior, que se manifestaba con burlas afiladas hacia sus interlocutores, que no sabían a que atenerse.
Estos rasgos antagónicos de su personalidad eran comentados por los alumnos del colegio, así como sus profundos cambios de humor.
Todo ello lo llevó a una sabiduría y sensatez muy aguda que lo alejaron de los errores propios de la edad, por lo que podría haberse convertido en un hombre mejor y más feliz, de haberse guiado por dichas características.
Con el correr de los años sus rasgos más negativos fueron dejando en descubierto el libertinaje al que el torbellino de sus vicios lo empujó, una orgía de cartas, alcohol y otras tentaciones más peligrosas, siendo preso del delirio, de sus más bajos instintos, dónde recobrar su dignidad se le hacía prácticamente imposible.
Dueño de gran fortuna, heredada de sus padres, podía disfrutar de lujos y extravagancias y hasta despilfarrar, sin lamentar, en la larga lista de sus vicios. Entre ellos el arte del jugador que practicaba para aumentar su fortuna, a expensas de las fortunas de sus amigos y compañeros, ejerciendo una vileza de la que no sospechaban, ya que no dudaban de su generoso compañero, creyendo que sus excesos eran sólo locuras de juventud y sus vicios descuidos extravagantes.
Pasaron los años y continúo mancillando las más elementales normas de decencia, las mangas de sus abrigos y sus bolsillos, guardaban todos los trucos inimaginables, dobles cartas, cartas convexas a los lados, dobles mazos, con los que burlaba a sus víctimas.
Totalmente envilecido por la bebida y su violento temperamento hereditario, recorría los centros de juego de las ciudades del mundo, buscando mantener su fortuna a flote, para lo cual ahora con inescrupulosos deseos se acercaba a jóvenes mujeres de la sociedad, para llevar a cabo sus más indignos instintos, que lo llevarían a la ruina y a su propia destrucción.
A raíz de estas aventuras había contraído varias enfermedades, que socavaron su ya precaria salud y lo conducían a una muerte segura.
Solo, en una cama de hospital, sin esperanza de redimir toda la larga cadena de pecados de su vida, John Warners recordaba las gárgolas endiabladas que adornaban los muebles de la casa, y que ahora parecían un débil reflejo de maldad, frente a la oscura y vil naturaleza que lo había acompañado durante toda su vida.
El aroma de glicinas que invadía la estancia, anunciaba la llegada del verano, mientras escuchaba la última campanada de la Iglesia.



25.6.2013
Norma García Coirolo