La camiseta
yacía sobre la cama, las sábanas revueltas, mudo testigo del amor prodigado en
la madrugada.
Era de
“ella”, pero la usaba “él”. La camiseta
guardaba su aroma, era el sello indeleble, como una huella dactilar
impresa. Podría presentarse a juicio como prueba, de abrazo y pasión, de la
noche cómplice, que despertaba al día.
Ahora un
ovillo, sin forma olvidado en la cama.
El horario
tirano, reclamaba para sí, la atención de la mañana, el vestirse de prisa,
cruzar pocas palabras, del baño a la cocina, un beso, una mirada.
Mientras la
camiseta, repasaba la noche, la luna, las caricias, los besos, la pasión
desatada. Ahora estaba quieta, fría y deformada. No dibujaba la piel, la tensión
de los músculos, el volumen del cuerpo, la espalda humedecida, el calor que
guardaba.
Montoncito de
tela húmeda, ahora abandonada sobre la lavadora, pronta para ser lavada. Desde
el “ojo de buey” de la máquina puede verse que gira. Sacudían la tela, el jabón, la lejía, la impregnaban de aromas de lavanda, mientras la
centrífuga daba cuenta del agua, la exprimía con saña.
Ahora ya
blanca y mojada, aguardaba su viaje en
palangana, para que las manos de ”ella” , en la cuerda de la azotea la
colgaran. Bendecida por el viento y el
sol, al atardecer, “ella” la recogía y después la guardaba.
“Él” la
tomaría en sus brazos, para mimetizarla,
volvía a ser parte de la noche, de la luna, la lluvia, del calor, hasta el
alba.
Muda y sin voz,
nadie se fijaba en ella, el viaje por las estaciones recién comenzaba.
Pero llegaría
el día fatal dónde “ella” la desechara, el tejido ya flojo, el color ha
cambiado, y los recuerdos que guarda, impresos en la tela, ya no le gustaban.
La
camiseta dobladita y limpita, en la bolsa de nylon, aguarda, ahora para ser regalada.
5.5.2013
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