La otra y yo
En realidad
es a la otra a la que le ocurren las cosas. A mi me gusta el silencio, la
soledad, que se ve interrumpida, cuando aparece la otra.
Ella es
espontánea, se desliza como un tigre, observa, actúa por impulsos. Sus palabras
son seguras, no duda, se presenta fuerte, su presencia se nota en el conjunto.
Allí no hay
nada mío, me muevo en la quietud, entre los colores de las pinturas y la Bic con la que escribo palabras
hilvanadas, que aún no han sido dadas al viento. El color y la música me acompañan, sin voces que
perturben, la armonía del sonido y los matices.
Ella se
impone, es temeraria, a veces casi violenta, pero también se repliega y acecha
el momento para dejar sentado los motivos de sus actos.
Son
intuitivas, pero yo nado en la intuición y descubro los otros de los
otros. Ella los percibe desde sus
dichos, sus actitudes, su lenguaje gestual y se calla. Guarda para si la experiencia y me la
transmite, y es lo que me salva. Somos
un cangrejo, ella es la caparazón y yo el interior, blando y a salvo.
Es una unidad
intransferible, dónde las dos son una, y
sin sus diferencias no podrían existir.
Alguien la
llamó “Vikinga”, por su apariencia externa, pero también algunos me
conocen como, suave, solidaria, “aconchegante” como dicen en Brasil.
Como dice
Borges: “me reconozco en el rasgueo de una guitarra”, en el color de los
pinceles y en las palabras que van quedando garabateadas en el papel.
Las dos me
habitan y en las dos confío, y la historia podría ser contada por ambas, no
hay fronteras entre
ellas, y el tiempo se encargará de asegurar su recuerdo o su olvido.
7.4.2013
Norma García
Coirolo
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